"Anatomía de un asesinato", ("Anatomy of a Murder", 1959, Otto Preminger)

Otto Preminger dirigió "Anatomía de un asesinato" en 1959. Y lo hizo con una narración aséptica, sin dejar un ápice de su opinión sobre la historia, eso se lo deja al espectador, le deja hacer la anatomía del asesinato. 

Para la narración y la película en sí, utiliza una serie de instrumentos que la convierten en una obra maestra. Uno de los muchos motivos por el que ver “Anatomía de un asesinato”, es por ver a James Stewart alejarse de los personajes correctos e íntegros que formaron parte de la mayoría de su carrera. Él, como el espectador, sabe desde el primer momento que ha sido un asesinato provocado por los celos y que tendrá que usar todas las estratagemas jurídicas para intentar librar a un asesino de una condena a muerte. 

El juicio es otro motivo para ver la película. No es una película de juicios al uso de esas que tanto gustan, no hay duda razonable, ni un acusado inocente, hay un culpable y el uso de las leyes para intentar librarle de la ley capital. Desde un asiento de privilegio, conocemos como se tejen los hilos de una defensa de algo indefendible y asistimos atónitos como se le presenta al jurado. 

La película, además de que se nos hace corta a pesar de sus casi 160 minutos, admite más de uno y más de dos visionados por la cantidad de detalles que tiene y la posibilidad de análisis a la que se prestan los personajes. 

Lo primero que llama la atención en la película son los títulos de créditos. Saul Bass, habitual con Preminger, Hitchcock, Donen o Scorsese, nos hipnotiza de tal manera que cuando empieza la historia ya estamos enganchados. A ello contribuye la música, el mejor jazz compuesto por una leyenda, Duke Ellington que hace un cameo para interpretar una pieza con el mismo James Stewart (Otra de sus grandes aficiones). Una música que en ocasiones suena como banda sonora y que en otras recibe el protagonismo, como en la mencionada actuación en la que la historia se para para que degustemos una gran pieza de jazz. 

Pero, la música para cuando estamos en el juicio. Preminger quiere que concentremos la atención en los diálogos, unos diálogos impresionantes que enfrentan a un abogado de provincias, que utiliza el sarcasmo para aportar un toque de humor a la película, y a unos fiscales de ciudad. 

Otro motivo para ver la película es como el director se enfrenta al código Hays y destroza una absurda censura, incluso recreándose en algunas escenas. El argumento de la defensa es crear un juicio paralelo sobre el motivo por el que se cometió el asesinato, y para ello se habla de cosas tan prohibidas por la censura como violación, espermatogénesis, la calificación de zorra o lo que merece un capitulo aparte, las bragas. Y merece un capitulo aparte porque Preminger se lo dedica, no solo usa la palabra bragas, si no que retira a los abogados y al juez para en una escena fantástica discutir si se puede usar en el juicio el termino “bragas”, digamos que el director se recrea cargándose el Código Hays. 

Y ya puestos a ir a por los enemigos del cine, también incorporó otro cameo, este con mas peso interpretativo que Duke Ellington, el juez, que fue interpretado por el abogado Joseph Welch, y darle visibilidad en esta película fue un homenaje a este hombre de leyes que fue uno de los responsables de cargarse, en un juicio televisado, al senador McCarthy y su caza de brujas. 

En cuanto a las interpretaciones, Preminger rodea a James Stewart de secundarios contrastados para formar su bufete: Arthur O´Connell y Eve Arden, ambos fantásticos. La pareja juzgada son un par de jóvenes prometedores, una espectacular y provocadora Lee Remick y un Ben Gazzara al que se le nota el Actors Studio. Uno de los fiscales, que ya apuntaba maneras, es George C. Scott. El jurado y la gente de la sala de juicios son lugareños del pueblo donde se centra el libro homonimo de Robert Traver en la que está basada la película. 

Todo lo expuesto es motivo suficiente para ver esta obra maestra, muy recomendada por todo el mundo, excepto por el padre de James Stewart que recomendó no asistir a verla porque era, según él, la película más guarra que se había hecho.



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